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Por Gerardo Pavez , 7 de abril de 2020

Los años que (también) vivimos en peligro: las peores epidemias de la región

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Para Chile las epidemias han sido frecuentes a lo largo de la historia y han resultado tan dramáticas como los terremotos. Lamentablemente la memoria popular es frágil a lo largo de los siglos y desde la época de la colonia, hasta la fecha, las principales enfermedades que han azotado a los chilenos han sido la viruela, tuberculosis, tifus exantemático y la influenza.

Grupo Diario Sur realizó miró al pasado para proyecto escenarios de un presente de incertidumbre a causa de la expansión del coronavirus.

Y es que la región también ha sido testigo de emergencias sanitarias, algunas desbordaron totalmente el control y derivaron en otras tristes situaciones como fue el caso de la peste de viruela que vivió Río Bueno en 1912 o la pandemia de la gripe española entre 1918 y 1920. 

Más cercana a nuestros días se sufrió la epidemia de influenza asiática de 1957 que dejó una gran mortalidad entre niños y adultos mayores. Entre 2009 y 2010 se vivió la influenza H1N1, pero que alcanzó a ser debidamente controlada.

RÍO BUENO, 1912

En 1912 la viruela volvía a visitar los hogares chilenos. La mala higiene, la pobreza extrema y la aglomeración de personas en una casa eran caldo de cultivo para las enfermedades a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Según las memorias de la orden capuchina en Chile, Río Bueno a comienzos del siglo XX era una ciudad bullante y que ofrecía oportunidades para los campesinos que buscaban trabajo en una urbe. Otro punto a favor de la ciudad ribereña era la presencia de la misión capuchina y en particular del padre Tadeo de Wiesent, un capuchino llegado desde Alemania a la ciudad en 1902 y que cultivaba la ciencia de la hidroterapia para sanar a las personas de sus males. 

Mucha gente de todo Chile y toda condición social llegaba a visitar al sacerdote a Río Bueno, hasta el mismo presidente de la República Pedro Montt Montt.

Con tanta afluencia de personas Río Bueno comenzó a crecer, se erigieron casas, pensiones, se extendió el ferrocarril y el comercio prosperó hasta que emergió la peste de la viruela que resultó imparable para la medicina de aquellos años. En 1912 morían familias completas y hubo que aislar casas y escuelas. Tadeo de Wiesent se negó hasta último momento en dejar su misión e insistía en que podía frenar la peste con su método, pero finalmente se fue a Puerto Saavedra, lugar donde permaneció hasta 1922.

Según recuerdos de integrantes de la familia Soto Gómez, avecindados en el sector rural de Vivanco, cerca de Río Bueno, la gente empezó a huir de la ciudad hacia los campos, algunas personas salían a pedir comida o ropa. 

LOS MAPUCHE

También una integrante de esa familia recuerda que se cayó en atrocidades como linchamientos a familias de origen mapuche. Recuerda que por alguna razón las comunidades mapuches se protegían mejor de la viruela, presumiblemente a tratamientos con su medicina ancestral, y esto lo notaron algunos hacendados que, viviendo el dolor de la pérdida de uno o más familiares y arrastrados por la superstición, atacaban con armas de fuego los hogares de familias de la etnia mapuche huilliche. 

Muchos mapuches debieron huir de la zona de Río Bueno o pedir asilo en total clandestinidad en hogares de campesinos “huincas”. Lamentablemente a veces una situación extrema saca lo peor del ser humano como ocurrió en ese 1912 y de los hechos de violencia poco registro quedó, salvo en la memoria de esta familia cuya historia pasó de generación en generación.

LA GRAN PANDEMIA

Al final de la Primera Guerra Mundial, los horrores de la guerra dieron paso a la primera gran pandemia del siglo XX: la mal llamada Gripe Española, conocida así porque España -país neutral en el conflicto mundial- fue el primero en informar sobre casos de la enfermedad en su población.

Según datos del doctor Mario Calvo, infectólogo y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Austral de Chile, la Gripe Española dio la vuelta al mundo en 4 a 6 meses. 

A Chile llegó entre abril y mayo de 1918 y ese año dejó una mortandad de 23.789 personas para una población nacional de 3 millones 600 mil habitantes. Calvo añadió que entre 1919 y 1920 hubo un total de 37.500 chilenos fallecidos.

Tal como en nuestros días con el coronavirus, la medicina apoyada por la prensa escrita de la época entregaba recomendaciones acerca de una buena higiene y de reducir el contacto social y era muy común encontrar en las páginas de avisos comerciales vistosos anuncios de farmacias que vendían alcohol alcanforado a sus clientes.

Valdivia y sus alrededores también vivieron momentos de carestía. La cesantía creció al igual que la mendicidad y la orfandad de niños que perdieron a uno de sus padres o a los dos.

Recién en 1933 se comprobó que el virus era un tipo de influenza que mutó y que era transferible a través de las aves.

ULTIMA PESTE DE VIRUELA

En abril de 1950 se vivió en territorio chileno la última peste de viruela. Afortunadamente Chile ya tenía conocimiento del combate a esta enfermedad y la población no rechazaba tanto el uso de las vacunas como sí ocurría en años anteriores, sobre todo en los sectores de clase baja.

La Dirección General de Sanidad de aquel año inició una campaña de vacunación con voluntarios de la Cruz Roja Chilena y efectivos de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, más la colaboración de servicios de beneficencia y asistencia social. También se organizaron hospitales de variolosos en Valparaíso, Santiago, Rancagua, Curicó, Talca, Linares, Concepción, Talcahuano, Curacautín y Valdivia. No hubo infectados en la zona norte del país.

En ese año se utilizaron 10 mil vacunadores en todo Chile y el por entonces presidente Gabriel González Videla fue el primer chileno en ser vacunado contra la viruela. La prensa nacional de 1950 informó que en los primeros 10 días se vacunó a un millón 327 mil 400 personas y de esa cantidad 890 mil vivían en la capital.

La epidemia se dominó a fines de mayo, fecha en la que se evidenció un brusco descenso en la curva de morbilidad de la enfermedad.

Ese año fue la última vez que hubo una epidemia de viruela en Chile, aunque hubo casos en 1954 y 1959.

LA INFLUENZA DE 1957

La vulnerabilidad de la salud chilena volvió a quedar en evidencia en 1957 con el brote de la epidemia de la influenza asiática. Se cree que surgió el 24 de julio de ese año cuando un barco de la Armada de Estados Unidos llego a Valparaíso con un tripulante infectado que, no se sabe cómo, tomó contacto con la población porteña.

Entre los meses de agosto y septiembre los casos en Chile se incrementaron, específicamente en las ciudades de Santiago, Valparaíso, Concepción, Valdivia, Osorno y Llanquihue.

Según datos del doctor Mario Calvo, ese año la influenza asiática mató a 2 millones de personas en el mundo y ya en septiembre la enfermedad había llegado a la región de Magallanes.

FALLECIDOS

Chile fue uno de los países más golpeados por la influenza, según el “paper” científico “Global Mortality Impact of the 1957-1959 influenza pandemic”, pues el país tuvo una tasa de fallecidos de 9,8/10.000 habitantes. También según las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) hubo 112 niños fallecidos por cada mil niños nacidos vivos. También hubo muchos adultos mayores que fallecieron producto de la pandemia en el país.

En aquellos años, según el Comité de Influenza que guiaba el Dr. Conrado Ristori “no había recursos para elaborar vacunas debido a su alto costo y por las dificultades administrativas para su aplicación a gran escala”.

Distintas epidemias, distintas épocas, pero la misma sensación de inseguridad y temor se instalaron en nuestras fronteras, tal como se vive ahora con la pandemia del coronavirus, una realidad instalada y que trastoca la vida comunitaria.

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