Opinión
Por Marcelo Vera , 13 de julio de 2020El genio que todos llevamos dentro.
“Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su capacidad de trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un ser inútil” (Albert Einstein, Premio Nobel de Física).
El Dr. William James, filósofo, psicólogo y ex profesor de la Universidad de Harvard, aseguraba que en comparación con lo que cada uno de nosotros debería ser, estamos “apenas medio despiertos”, ya que sólo utilizamos una pequeñísima parte de nuestro potencial en recursos físicos y mentales. Lo anterior, parece ser tan cierto, que hemos terminado por aceptar la premisa que los genios son criaturas llegadas desde otro planeta y que vienen dotados con unas cualidades innatas que los separan por lejos del resto de los mortales, cuál es el caso, de figuras extraordinarias de la historia como da Vinci, Mozart, Einstein, Hawking, etc.
Pareciera, entonces, que si nuestros genes no han sido bendecidos con un alto nivel de coeficiente intelectual, o bien, no disponemos de una serie de músculos más fuertes y poderosos que la media de la población, entonces no hay nada que podamos hacer para convertirnos en sujetos talentosos y geniales. Pues bien, el conferencista y escritor de divulgación científica David Shenk, tuvo la osadía de escribir un libro que tituló “El genio que todos llevamos dentro”, con el sugerente subtítulo “Por qué todo lo que nos han contado sobre genética, talento y CI no es cierto”, donde lleva a cabo un cuestionamiento a esta suerte de “determinismo” tan extendido, entregando una serie de argumentos y pruebas que contradicen ciertas afirmaciones hechas por distintas personas en el transcurso de la historia.
A través de ejemplos tomados de la vida real, Shenk demuestra de qué manera los estímulos que llegan desde el ambiente, o bien, desde nuestro propio sistema nervioso, pueden activar y/o desactivar la influencia que ejercen los genes en el desarrollo de nuestro potencial, a tal punto, que lo que define el talento, es la forma en cómo cada uno de nosotros gestiona la carga hereditaria recibida de los padres, lo que debe sumarse al tipo de relaciones que establecemos con el mundo, así como también el tiempo personal que estamos dispuestos a invertir en nosotros mismos. Incluso, un filósofo nihilista como Nietzsche –autor de la famosa frase “Dios ha muerto”–, quién adhiere a una corriente filosófica que sostiene que la vida carece de significado, propósito o valor intrínseco, aseguraba, que el talento radicaba en el tiempo que las personas les dedicaban a su desarrollo, así como las cientos de miles de horas que pasaban estos individuos puliendo sus habilidades.
David Shenk, por ejemplo, se pregunta, si la genialidad de un jugador de ajedrez como Bobby Fisher o Boris Spassky, o bien, la genialidad que demuestran en la cancha jugadores de tenis como Roger Federer o Rafael Nadal es, exclusivamente, innata. La respuesta que nos entrega Shenk, es muy clara y precisa, reflejada en un rotundo… ¡No!
Cuando se le pide que aclare su respuesta, sus argumentos resisten todo tipo de críticas, ya que, los hallazgos de diversos estudios, arrojan que una variable crucial para que las habilidades se desplieguen de manera completa, es el grado de influencia que ejerce sobre la persona el medio ambiente en el cual se desenvuelve el sujeto, así como el tiempo que destina a desarrollar dichas habilidades, ya que será el número de experiencias que acumule la persona, lo que la ayudará a desarrollar al máximo las aptitudes con las cuales venga dotada. La razón de esta afirmación es simple: podemos tener en nuestro organismo un conjunto de genes que favorecen ciertas habilidades, pero si no existe el contexto que estimule dicho conjunto de genes, así como también el esfuerzo y la perseverancia personal necesarias para “pulirlas”, de nada servirán.
Un solo ejemplo: las llamativas hazañas musicales del gran compositor vienés, Wolfgang Amadeus Mozart, se convierten en acontecimientos “lógicos y comprensibles” cuando se analiza el tipo de formación que recibió de niño y el ambiente en el cual se crió, ya que su padre era un gran músico y compositor, y desde muy temprano estimuló a su hijo, para que desde pequeño se iniciara en la música, lo que despertó en Mozart una gran pasión por aprender y mostrar un absoluto dominio en el campo de la música. Esto demuestra todo lo que se puede lograr, cuando genes y medio ambiente interactúan entre sí, con la finalidad de estimular el potencial presente, lo que asociado a la perseverancia, constancia y disciplina que demostró este músico, hacen surgir el genio que llevamos dentro.
Un estudio hecho por científicos japoneses con jugadores de ajedrez que practicaron y entrenaron cuatro horas diarias por diez años, demostró que los rápidos movimientos que realizaban en el tablero de ajedrez, no eran “intuitivos” ni “naturales”, sino que provenían de su entrenamiento cerebral. El resultado de los exámenes de los jugadores que fueron sometidos a un escáner cerebral mientras jugaban, demostró que ellos tuvieron una activación significativa en un área llamada núcleo caudado, cuando hacían sus jugadas.
Los resultados causaron gran revuelo, ya que esta desconocida zona del cerebro no estaba –hasta ese momento– asociada con la inteligencia, la memoria y el aprendizaje y, lo que se sabía, es que estaba muy desarrollada en los ratones, pero no así en los primates. Esto estaría demostrando la tesis de David Shenk, en cuanto que aquellas personas que se perfeccionan en cualquier tipo de actividad, pueden desarrollar habilidades y capacidades, simplemente, sorprendentes, lo que deja abierta para cada uno de nosotros, la posibilidad de sacar a flote el genio que llevamos dentro.
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