Opinión
Por Marcelo Vera , 29 de diciembre de 2021

Los profesores que marcan la diferencia

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El año escolar ha llegado a su fin. Sin embargo, en poco más de dos meses, las actividades escolares deberán retomarse nuevamente –en un ciclo continuo y que no se detiene–, sin que se sepa con certeza cuáles serán las condiciones bajo las cuales se harán las clases, ya sea, que se hagan de manera presencial, vía telemática o se use un sistema híbrido.

Ahora bien, sin que importe mucho la fórmula que se utilice el próximo año, el rol del profesor será siempre clave, relevante e insustituible, especialmente, cuando hay profesores que marcan la diferencia. 

Ser profesor, es más que sólo hacer clases, en tanto que educar es mucho más que sólo un verbo, por cuanto, las acciones más valiosas de los profesores, son aquellas por las cuales no se les paga y que van más allá de las aulas de clases. Como cuando, por ejemplo, el profesor se encuentra con estudiantes con problemas emocionales –angustia, ansiedad, miedos, etc.–, con alumnos que tienen un pobre autoconcepto de sí mismos y que requieren de mucho apoyo; o como cuando se topa con estudiantes que están carentes de afectos y de atención, etc.

En ocasiones, las carencias de afecto son tan grandes, que los estudiantes primero tienen que aprender a quererse y a querer al profesor, para que después tengan –o sientan– el deseo y las ganas de aprender aquello que se les enseña en las salas de clases.

De acuerdo con diversos estudios, aquellos alumnos a quienes les tocó en suerte tener profesores competentes y destacados durante los tres años previos a la prueba que permite el ingreso a las universidades, superaron ampliamente a los compañeros que carecían de un historial con docentes bien evaluados.

Un profesor destacado no sólo tiene un amplio conocimiento y dominio de su disciplina, sino que también es aquel profesor que se compromete con sus estudiantes, a menudo, más allá de su mera labor educativa.

Es así, que cuando se analiza el grado de influencia que tiene un buen profesor sobre sus estudiantes, se advierte de manera inequívoca que este efecto resulta ser, a todas luces, significativo, comenzando con uno de los factores claves del proceso educativo: las expectativas que un docente tiene –y que mantiene– sobre el desempeño de sus alumnos, ya que ello impacta de manera importante en su rendimiento académico, desarrollo y crecimiento personal.

En segundo lugar, se ha establecido que una relación respetuosa del profesor hacia el alumno mejora el rendimiento, en tanto que la existencia de conflictos entre ambas partes genera el efecto contrario y contraproducente.

En tercer lugar, un profesor efectivo no clasifica –o encasilla– a sus estudiantes como “flojos”, “desordenados” o “malos” para ciertas asignaturas, ya que dando razón a las expresiones “desesperanza aprendida” y “profecía autocumplida”, los alumnos terminan comportándose de acuerdo con lo que se espera de ellos.

En cuarto lugar, los buenos profesores entienden que los estudiantes necesitan que se les exija, porque de esta manera ellos internalizan que se les está considerando como sujetos capaces y aptos para realizar todas las tareas solicitadas.

El catedrático José Gimeno de la Universidad de Valencia, España, señala que un docente destacado, necesita, hoy en día, ser “un intelectual bien formado en uno o varios campos específicos del saber y debe saber contar sus temas de una manera interesante a un grupo de personas al que tiene que tratar de una manera adecuada”.

Por otro lado, en un estudio realizado por los investigadores mexicanos Rosana Santiago y César Darío Fonseca en el año 2016, ellos le preguntaron a cientos de profesores de postgrado de dos universidades públicas de México qué significaba ser “un buen profesor” y “cuáles eran las competencias, atributos y actitudes requeridas” para alcanzar ese estatus. Algunas de las respuestas recibidas fueron: profesionalismo, disciplina, responsabilidad, comportamiento ético, valores, estabilidad mental y emocional, con la finalidad de interactuar de manera óptima y sobresaliente con sus estudiantes.

Cuando se le preguntó al reconocido lingüista, filósofo y ex profesor del afamado Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), Noam Chomsky, su respuesta fue muy simple y directa: el buen profesor, el profesor que hace la diferencia es aquél que “habla con y no a sus alumnos”, en tanto que Paulo Freire, un pedagogo, filósofo brasileño y un destacado defensor de la “pedagogía crítica”, señalaba que un profesor destacado era aquél que escogía “pararse al mismo lado de la calle” con sus estudiantes, como un reflejo de su empatía, solidaridad, motivación, vocación y compromiso con los niños y jóvenes que se encuentran bajo su tutela académica y formativa.

En rigor, lo que realizan aquellos profesores destacados, no se limita sólo al acto de “pasar la materia”, establecer “reglas de conducta” o llevar a cabo “prácticas concretas de enseñanza”, sino que tiene mucho más que ver con sus actitudes, con su capacidad de enseñar desde su corazón y de su pasión, con la confianza que depositan en las capacidades de los estudiantes, así como con las emociones que hacen sentir a los alumnos cuando éstos alcanzan sus objetivos.

En este sentido, no cabe duda alguna que existe un compromiso ineludible del profesor en relación con el desarrollo de las habilidades, aptitudes, inteligencia y curiosidad intelectual de sus estudiantes, de modo de potenciar en ellos la capacidad para comenzar a conocer y hacer descubrimientos por su propia cuenta.

En definitiva, un “profesor destacado y que hace la diferencia”, es aquél que logra crear esperanzas en sus estudiantes, aquél que puede encender su imaginación e inspirar en ellos el gusto y el amor por el aprendizaje. 

Y tal como afirmaba el historiador y hombre de letras Henry Adams: “El maestro deja una huella para la eternidad en la vida de una persona. Nunca puedes saber cuándo se detiene su influencia”.

 

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl

Académico, escritor e investigador (PUC-UACH)

 

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